Babylon (o el crepúsculo de los dioses según Damien Chazelle)

Hollywood es un lugar extraño. No me cabe la menor duda… y si hubiera una mínima, por muy pequeña que fuera, cada cierto tiempo aparece alguna producción -ya sea un blockbuster, una película indie o producto de serie B que se encarga de recordarlo. Es el caso de Babylon.

Damien Chazelle es el director de una épica de 189 minutos y cerca de 100 millones de dólares de presupuesto, una cinta que los más sensatos categorizarían de kamikaze… y efectivamente, como esas estrellas que desaparecieron en el tránsito del mudo al sonoro, la película se ha dado una soberana castaña.

Tan solo tres nominaciones a los Oscar (ninguna de ellas relacionadas con los premios considerados tradicionalmente como top) y una recaudación que no cubre ni el gasto en transporte del becario condenan a la extremadamente arriesgada obra de Chazelle al ostracismo… ¿o tal vez con el tiempo será tratada con el respeto que realmente merece? Porque efectivamente, Babylon es una película excesiva, delirante, escatológica y repleta de clichés pero, ¿acaso no es eso, precisamente, lo que define a Hollywood?

Babylon nos cuenta la historia de la edad de oro de la industria del cine a través del auge de las nuevas estrellas del cine mudo o los anhelos de las ya consagradas -encarnadas por unos notables Margot Robbie y Brad Pitt- y también de aquellas minorías que intentaban abrirse paso entre el glamuroso desfase de los años 20 para forjarse una carrera más o menos digna, interpretadas por los bienintencionados Diego Calva y Jovan Adepo.

La fiesta orgiástica y la depravación, una constante en el Hollywood de aquellos años -y seguramente también en los actuales- que Kenneth Anger plasmó en la obra que todo buen cinéfilo debe leer Hollywood Babilonia en 1959 es la fuente de inspiración encubierta del mastodóntico guión firmado por el propio Chazelle.

Citando a El gatopardo “si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”. Y eso es lo que pasó con la llegada del sonoro… y aquellos jefazos de las majors continuaron siendo jefazos pero las estrellas del mudo que no pudieron reciclarse fueron eliminadas de la ecuación. Ya sabes: “si no das dinero no sirves para nada”. Y esa parte donde nuestros protagonistas se dan cuenta que la fiesta ha acabado es seguramente la más complicada de digerir -atención a la cruel escena entre el decadente Jack Conrad (Pitt) y la periodista de sociedad interpretada por Jean Smart- de la monumental Babylon.

La película, repleta de guiños al cinéfilo, cameos incluidos, gustará especialmente a aquellos enamorados del cine clásico. No en vano, más allá del evidente y subrayadísimo paralelismo – hardcore, eso sí- con Cantando bajo la lluvia o El crepúsculo de los dioses, la cinta tiene momentos francamente emotivos que la convierten en obligado visionado a aquellos que realmente amen el cine.

Tal vez por eso Babylon ha tenido tan poco éxito. El público prefiere invertir tres horas de su vida en la película de la sala de al lado, donde unos personajes azules tiran flechas subidos en ¿dragones? en un mundo de LSD de los que, por cierto, ni el espectador de Babylon se librará.